En este solitario mar navegaste un día,
en mi solitario corazón tu amor pusiste
y solitario aún te recuerdo todavía.
¡Me acompaña tu recuerdo en mi barco temido,
y en la solitaria guerra, que combato triste,
en aquel infinito desierto del olvido!
¿Ya me olvidaste? ¿Ya me has dejado de amar?
Por supuesto que no: ¡el marino que navega
nunca puede olvidarse de su amado mar
ni mucho menos de su adorado navío,
la playa no se olvida de la ola que llega
ni el mar de la montaña mientras fluya un río!
No puedo olvidarte: en la guerra me pierdo,
mas perdiéndome solitario en ella consigo
entender el secreto de tu recuerdo.
¡Tú eres para mí lo que el marinero es al mar,
lo que la muerte es a la sangre del enemigo,
lo que la guerra es a la gloria del militar!
No sé cómo sobrevivo aquí tan lejos,
sin verte, sin acariciarte, sin escucharte.
Sigues presente en todos los áridos espejos,
porque tú, cuando se encuentra mi alma trágica
en las profundidades del desierto, ¡eres mi arte,
mi guía, mi zahir, mi vida y mi escritura mágica!
No importa si lejos estoy, ¡aún puedo mirarte!
Ya que la ingenua memoria, en sus insensateces,
te tiene viva y presente aunque estés tan aparte;
y delirando así, aún en la beligerancia,
te siento cerca, muy cerca… ¡porque sueño a veces
que no existe eso que llamamos tiempo y distancia!
© Elvis Dino Esquivel
Imagen: Jerry Uelsmann
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