Entierro de un poeta mediocre


«Mis versos serán atemporales»,
su ego así lo suponía.
Un blog, un poemario en PDF
y versos en redes sociales son su legado.
«Mis versos que sean para la posterioridad»,
leía su epitafio.
El enterrador sonríe, sus viejos amigos
supusieron que el poeta trascendería;
«escribía muy bien», «escribía bonito».
Sus mediocres versos fueron
una mediocre oda a la vida...
 
«Morir es descansar, cerrar los ojos
al mundo del sufrimiento y de la materia».
 
Ninguna musa vino a cerrarle los ojos,
pero, ¡qué bien descansa el poeta!
Para la muerte no hay verso
por más elaborado y complejo
que le acaricie su oscuro vacío.
Todos somos igual de obsoletos
para el tiempo y para la muerte…
 
Un cisne blanco cruza y defeca
justo en la pálida faz del poeta.
La metáfora es obvia:
¡la vida es una bella cagada!
Pasó toda la vida
blasfemando sus «fracasos»,
ignorando que el fracaso y el éxito
eran dos astutos impostores...
 
«¡Ahora véanme sonriendo 
del tormento ya libre!»

El olvido es la oscura muerte
y nadie recordará un poema suyo.

El inerte poeta se negaba a descender,
la fría tierra le causaba terror,
además que lo enterraban un martes
cualquiera por la mañana.
«¡Me gustaban tus poemas,
pero, ya estás bien muerto!»
su apática musa exclamaba.
El enterrador mientras le susurraba,
«El mundo está saturado de poetas.
Ahí abajito, tus poemas serán relevantes,
solo tienes que buscar los Heraldos negros
que yacen en lo más profundo.»
 
Para despedirse, el poeta sentencia:
«Nomás no coloquen en mi última morada solitaria
ni piedras ni ostentosos arreglos que pesen tanto;
solo quiero mis poemas y una genuina plegaria,
pero no su dolor ni mucho menos su llanto…»
 
¡Qué versos tan intrascendentales!
Pero su cadáver emanaba viviente poesía.
Morir y descender al abismo
fue su magnum opus.
¡Qué mediocre tan muerto!
¡Qué muerto tan poeta!


© Elvis Dino Esquivel

Imagen: Louis Edouard Fournier

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