Epílogo


I

He concluido este poemario. Recita, amada,
los poemas que le he dedicado a tu mirada.
Ven, querida, este libro quiero darte:
lee y notarás que llenos de dulzura,
mis humildes versos quieren probarte
que tu recuerdo en todo mi ser perdura.

Afirmas que soy poeta y que enamoro:
soy poeta porque tú eres viva poesía;
callado escribo mientras tu mundo exploro
y tu naturaleza inspira la mente mía.

Este poemario es callado testigo
del tiempo que mi espíritu en guerra,
combatía así mismo como enemigo
a las memorias que uno se aferra;
olvidando sus alegrías y sus risas
que se perdían calladamente en las brisas.

Recita, querida, estos versos: es cierto
que en ti se inspiró mi alma tranquila,
pues vi reflejada en tu pupila
todo lo que soñé un día en el desierto.

¡Querida, si no pudiera ver en tu cabeza
esa brillante esencia que nace de tu pecho,
escribiría enfocado solo en tu belleza
y reclamaría tu amor como mi derecho!

No, no escribo buscando nuevos amores,
solo deseo cumplir uno de mis placeres:
que mis poemas, como las bellas flores,
gusten y hagan sonreír a las tristes mujeres.

II

Recita mis cursis poemas a esa hora
en que la luz del día se esfuma,
trayendo de tus ojos la espuma
que conciben la luna conquistadora.

Ven, querida, con toda tu noche entera
para que en la oscuridad de tu mente
ilumine con mis versos tu cantera;
deberías, al leerme, quedar convencida
que el poeta no dura eternamente
¡mas sus poemas duran para toda la vida!

Recita, amor, mi pasado fracaso;
sé que tú no me juzgarás, ¿acaso
el astro de mis noches luminosas
es una flor que crece entre mis ruinas?
No importa si crecen hermosas rosas,
¡pues en cada una brotarán espinas!

En mis torpes versos y en mi alma loca,
quiero, al veme cobijado en tus cálidos brazos,
ver pintada una sonrisa en tu boca,
mientras aceptas un corazón hecho pedazos.

Aquí encontrarás escritas cada una
de mis fatuas juveniles pasiones
ocultas en lo oscuro de la luna:
guardó con devoción ese astro añejo
estas muy modestas composiciones,
su cambiante faz fue mi propio espejo.

Para ablandecer el rígido pecho
que soberano del amor se jura,
es necesario escribir con despecho
sobre lo que creemos que perdura.
Para llenar los vacíos hay amores...
¿quién se atreve amar a los escritores?


© Elvis Dino Esquivel

Imagen: Denise Worisch

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